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MARX Y MARIATEGUI: CONFLUENCIAS EN LA HISTORIA

MARX Y MARIATEGUI: CONFLUENCIAS EN LA HISTORIA

 Por GUSTAVO ESPINOZA M. (*)           

“Los tiempos pasados, amigo mío, son para nosotros un                                                                     libro de siete sellos” Goethe 

Volver a Marx y a Mariátegui es, como decía Goethe, abrir un libro de siete sellos. Pero no porque sus vidas pertenezcan al pasado, sino porque reflejan un mundo ya vivido, que retorna en nuestro tiempo al escenario de nuestras luchas, y asoma como un vigoroso reto para los hombres de hoy, y de mañana. Emprendamos la tarea.                

Y es que en pocas ocasiones como en ésta -el evento convocado por los Amigos de Mariátegui- surge la posibilidad de abordar un tema poco trabajado en nuestro tiempo: el que vincula las vidas de dos insignes personalidades que -cada uno en su momento, y en su contexto concreto- aportaron creadoramente al pensamiento universal, y hoy asoman cada vez más ligados al destino de nuestros pueblos. No se trata de forzar paralelos, ni de caer en la tentación de comparar ni de equilibrar a uno con otro, que son personalidades distintas; sino simplemente de perfilar las confluencias de la historia en un escenario muy vasto, que tiene como telón de fondo el combate de los trabajadores por la liberación y el socialismo.   Formalmente cabría reconocer, en efecto,  diferencias entre Carlos Marx y José Carlos Mariátegui. Aunque nacieron ambos en el siglo XIX, pertenecieron a épocas distintas.

El Titán de Tréveris –la pequeña aldea renana de la Alemania del oeste- nació en 1818, y murió a los 65 años de edad, en 1883, en Londres: En tanto, El Amauta, si bien conoció la vida a partir de 1894, vivió más bien plenamente la primera parte del siglo XX, y falleció antes de cumplir 36 años, en abril de 1930. Marx perteneció a una familia ilustrada. Aunque en el transcurso de su vida, y sobre todo en su etapa más creadora, debió afrontar penalidades materiales extremas que sólo alcanzó a vencer gracias a la colaboración solidaria de sus compañeros más cercanos entre los que sobresalió Federico Engels; tuvo notable formación académica que le permitió dominar los temas de la economía, la filosofía, la historia, la política y el derecho. Visitante asiduo de los ambientes universitarios y de las grandes bibliotecas, el autor de “El Capital” fue realmente un sabio, es decir un hombre de muy amplia cultura, vastos conocimientos, relaciones diversas y producción intelectual calificada. Bien se le podría considerar insuperable en el manejo de los temas cardinales del conocimiento. Nadie, en el Siglo XIX, brilló en el mundo a su altura. Y él mismo en la vastedad de su pensamiento, hizo honor siempre a la vieja sentencia de Terencio: “nada de lo humano, me es ajeno”. Mariátegui, hombre de méritos excepcionales en nuestro continente, tuvo otro origen y dificultades tal vez más profundas que afrontar. Enfermó de niño –como se sabe- y sufrió los efectos de un mal apabullante que finalmente lo privó de la vida a una edad temprana, cuando sobre su horizonte se erguía una vasta y creadora obra. 

Mariátegui no fue universitario. Antes bien, él mismo se proclamó extra universitario, y hasta anti universitario; porque recusó conscientemente la formación ritual, decimonónica y dogmática que proporcionaba la institución universitaria de su época. Impelido por la circunstancia, buscó obsesivamente la auto formación y se convirtió en el forjador de su propia personalidad y cultura. Abierto al mundo, sin embargo, pudo absorber fragmentos de la realidad europea, y conocer de fuente directa el pensamiento marxista. Identificado con las ideas socialistas desde 1918, pudo leer a Marx en alemán, y estuvo también en su país, entusiasmado por el coraje y arrojo del proletariado, cuyas acciones siguió después desde el Perú. Aún se recuerda, en efecto, que hincado por un internacionalismo consciente y definido, reseñaría las históricas barricadas de 1923 subrayando un concepto ciertamente novedoso para los peruanos de su época.

Cada uno de los obreros que cae en estos momentos en las calles  de Berlín o en las barricadas de Hamburgo, no cae sólo por la causa del proletariado alemán. Cae también por vuestra causa, compañeros del Perú” dijo emocionado la noche del viernes 2 de noviembre de ese año en los amplios salones de las Universidades Populares González Prada. Más allá de las distancias y de las diferencias, sin embargo, bien puede esbozarse una identidad entre estas figuras de la historia. Y es que si Carlos Marx es considerado hoy el Hombre del Milenio, Mariátegui se afirma crecientemente como el más destacado pensador marxista de América en el siglo XX. Ambos, ciertamente, son dos estrellas que brillan con luz propia en el firmamento revolucionario de los pueblos. Sin complejos, entonces, es bueno que alentemos la idea de subrayar las coincidencias que fluyen de la vida y la obra de estas admirables personalidades, expresiones muy altas del pensamiento humano. CUATRO COINCIDENCIAS BASICAS. Si nos detenemos en el análisis del proceso social, encontraremos que, entre Marx y Mariátegui, existen innegables coincidencias básicas. Nos ocuparemos de cuatro de ellas por considerarlas quizá las más netas y definidas, las que perfilan con mayor claridad, la identificación de estas señeras figuras. 

1.- Los dos arribaron al dominio del socialismo científico y lo convirtieron en su concepción del mundo y de la vida, en teoría y en doctrina, pero también en guía para la acción. Como un homenaje a Marx, hoy se considera expresiones sinónimas Socialismo Científico y Marxismo. Y es que la vida y la lucha de los pueblos han convertido a ambas, en similares.  Pero hay ciertamente una amplia gama del pensamiento socialista que careció de base científica y que los historiadores les adscribieron diversas denominaciones.  Incluso en El Manifiesto Comunista se habla del “socialismo reaccionario” considerando como expresión del mismo el llamado socialismo feudal, el socialismo pequeño burgués, y el socialismo alemán. Pero a continuación se distingue también el socialismo burgués o conservador y el socialismo y el comunismo critico, como expresión de “las primeras tentativas del proletariado para ahondar directamente en sus intereses de clase”. Y es que, a lo largo de un prolongado proceso de la historia, el pensamiento socialista no fue una doctrina, sino más bien un ideal. De alguna manera podemos verlo reflejado en la lucha de los oprimidos desde los primeros años de la historia. Espartaco, por ejemplo, simbolizó  este ideal no sólo con su vigorosa rebelión ahogada en sangre, sino también en sus anhelos primarios, pero muy sentidos. Ellos fueron alegóricamente recogidos  en el mensaje que el líder Tracio entregara a un romano, a quien nombrara Legado, encargándole trasmitir su mensaje al soberbio Senado.  Cuenta la leyenda, en efecto, que Espartaco llamó a un anónimo soldado  al que había capturado luego de una batalla, y le dio el Bastón de Marfil pidiéndole que trasmitiera sus palabras. La historia no ha reconstruido el texto aludido, pero Howard Fast da una versión literaria del mismo. Aunque la forma no se corresponda necesariamente con el original, sin duda recoge la esencia del movimiento liberador de los esclavos, fuente inagotable de todas las batallas humanas por la libertad y la justicia.  “Diles que ellos enviaron contra nosotros sus cohortes y que nosotros las hemos destruido. Diles que somos esclavos, lo que ellos llaman el instrumentum vocale, la herramienta con voz. Cuéntales lo que nuestras voces dicen. Decimos que el mundo está cansado de ellos, cansado de vuestro podrido Senado y de vuestra podrida Roma. El mundo esta cansado de la riqueza y el esplendor que vosotros habéis succionado de nuestra carne y de nuestros huesos. El mundo está cansado de la canción del látigo… Esa es la única canción que conocen los romanos…” Nosotros -dijo finalmente Espartaco imaginando su victoria-  “Construiremos ciudades mejores, limpias, ciudades sin muros donde la humanidad pueda vivir unida, en paz, y felizmente”. De ese modo se expresó desde aquellos años lo que constituye a través de la historia humana el ideal socialista, la idea que permanece y al que se aferran los hombres de nuestro tiempo asqueados ya del régimen de dominación capitalista, que ha tornado inmunda la vida de los hombres y se ha convertido en un verdadero reto para la especia humana. Marx y Mariátegui lucharon, sin duda por una sociedad más humana en la que fuera posible conquistar la libertad más plena y el acceso a todas las creaciones de la cultura, el arte y la vida. Un mundo en el que la especie humana pueda vivir unida, en paz, y felizmente. 

2.- Un segundo elemento a considerar nos lleva a reconocer que tanto Marx como Mariátegui fueron acentuadamente internacionalistas. Tuvieron una visión mundial de la política y no la consideraron nunca encerrada en los estrechos marcos nacionales. Marx nació en Alemania, pero vivió en Francia e Inglaterra, considerada como el laboratorio más calificado del capitalismo desarrollado. Y se solidarizó plenamente con la lucha de los trabajadores de todos los países. En sus escritos, habló con frecuencia del proceso político de la vieja  Rusia –en el que incubó fundadas expectativas-, Polonia, Bélgica. Irlanda, Italia y otros Estados Europeos; pero también La India, China y América. Estados Unidos generó también su atención al extremo que, en un momento y luego de la crisis de la Asociación Internacional de Trabajadores –la I Internacional-planteó la posibilidad de instalarla en ese país, como una manera de preservarla de las deformaciones que amagaban ya al proletariado europeo de la época, alentadas en el periodo por la prédica anarquista de los bakuninistas. El interés de Marx por determinados países puede comprenderse desde su posición doctrinaria. Abrigaba, en efecto, la idea que el socialismo como nuevo sistema mundial, sería posible sólo como creación de la Clase Obrera, que se abriría paso a partir del agotamiento de la sociedad capitalista. Dicho de otro modo Marx estaba convencido que para el triunfo del socialismo era indispensable un proletariado fuerte, numeroso, organizado y consciente. Y que esto, sólo podría surgir en el marco de una sociedad capitalista altamente desarrollada. De ahí -anota Ivanov- su interés particular por Londres, “emporio comercial e industrial del mundo”, donde vivió 33 de sus 40 años de actividad pública. Era allí, en efecto, donde recibía a sus visitantes –al decir de Pieper- no con saludos, sino con fórmulas económicas. Mariátegui, curiosamente, nunca fue a Londres. Su periplo europeo –tal vez por falta de recursos- estuvo distante de este laboratorio del capitalismo mundial. Buscó más bien otros escenarios: Alemania, Francia y, sobre todo, Italia, en donde más que la producción industrial, brillaba la conciencia obrera emergente que iniciaba sus luchas y su proceso de organización de clase. En la presentación de sus “7 Ensayos”, consciente de su evolución política, El Amauta diría en forma categórica: “He hecho en Europa mi mejor aprendizaje. Y creo que no hay salvación para Indo-América, sin la ciencia y el pensamiento europeos u occidentales”. Fue ciertamente el sentido internacionalista de su concepción política el que lo llevó a aceptar en 1919 la “invitación” que le formulara el gobierno de Leguía como una manera de alejarlo de aquí. Lo que el régimen de entonces no intuyó, fue el hecho que Europa, en lugar de alejarlo del Perú, lo acercó a él. Le permitió reflexionar acerca  de nuestra realidad y le abrió nuevos horizontes gracias a los que le fue posible comprender más cabalmente la naturaleza de nuestros problemas.  El tema, sobre todo en las condiciones concretas de nuestro país, puede prestarse a delicadas y aun acaloradas controversias. Hay quienes, en efecto, buscan contraponer internacionalismo y nacionalismo, como si fueran expresiones excluyentes. La maniobra no es nueva. La usó en su momento incluso Haya de la Torre, quien calificó a Mariátegui de “europeísta” y de ver “desde afuera” nuestra realidad. El APRA, como se recuerda, asomó en el escenario nacional en su momento como la “versión peruana del socialismo”. “El marxismo para Europa, y el aprismo para el Perú” pareció ser la síntesis del pensamiento de Haya desde los años aurorales del Antiimperialismo y el APRA, y fue la tesis que ofreció  a Zinoviev en los quiméricos sueños del Kuo Ming Tang Latinoamericano, en 1925. En el fondo, generaba una contradicción entre nacionalismo e internacionalismo, como si quien interpretara la realidad nacional, lo hiciera a expensas, y en detrimento de la cultura universal.  Podría considerase esa sutileza del debate como un fenómeno superado. Pero no lo es, por dos razones: porque ahora renace en el Perú un sentimiento nacional definido que toma forma incluso en el plano político; y porque, al mismo tiempo, se alientan en nuestro continente rivalidades de orden nacional, territorial o fronterizo que buscan enfrentar, en nuestra región, a unos países con otros. El tema del internacionalismo, entonces no es figura del pasado. Tiene enorme vigencia. Mariátegui, como se recuerda, no consideró contrapuestos estos conceptos. Es más, juzgó que el nacionalismo que en los países desarrollados jugaba un papel chovinista y reaccionario, y que podría incluso  servir de base al fascismo –como ocurrió realmente en Italia y Alemania y hoy sucede en buena medida en Estados Unidos; en   países dependientes como el nuestro adquiría otro signo y podía  ser incluso revolucionario porque se ligaba a la emancipación nacional, a la afirmación de los valores propios. Esta idea, le permitió precisar mejor el sentido de su política: nacional por su forma, pero internacional por su contenido. Para entender mejor el mensaje, podríamos referirnos a nuestra propia experiencia con el nacionalismo y sus proyecciones. Veamos, entonces ¿No fue acaso revolucionaria –dentro de los límites de la Revolución  Democrático Burguesa- la experiencia de Velasco? ¿No podría ser revolucionaria, en las condiciones de hoy, una política que impulsara transformaciones profundas en la estructura de dominación capitalista y ayudara a afirmar la nacionalidad y enfrentar la voracidad imperialista en una circunstancia como la actual cuando las fuerzas del Imperio buscan devorarnos con el modelo Neo Liberal y el TLC?  Y es que el nacionalismo bien entendido asegura la preservación de los valores propios, los aportes de la cultura nacional, los sentimientos y expectativas de nuestro pueblo Pero no puede contraponerse a la lucha internacional de los trabajadores porque el capitalismo opresor no es un fenómeno peruano, sino mundial. Y la lucha contra él no se constriñe -obviamente- a las fronteras nacionales. El Perú es un país muy rico en todas las expresiones de la vida humana. Pero, además, tiene historia, antiguas tradiciones, y cultura; que nos pueden llenar de un íntimo y legitimo orgullo nacional. No tenemos que envidiar a otros pueblos, porque no somos menos que ninguno. Pero tampoco somos más que ninguno. El orgullo nacional no puede llevarnos a incubar ideas de superioridad, con relación a otros pueblos que sufren al igual que nosotros los efectos de la dominación capitalista, que son víctimas de la voracidad y la perfidia de las oligarquías locales y de la expoliadora acción de los Monopolios. Todos quienes vivimos bajo la férula del imperialismo y la clase dominante, tenemos el deber de luchar contra ellos hasta vencer, y afirmar a partir de esa lucha, el diseño de una sociedad mejor en la que desaparezca la opresión capitalista y el trabajo asalariado. Mariátegui fue un abanderado neto de esa posición de clase. Y bregó resueltamente por alentar y promover la amistad y la solidaridad entre nuestros pueblos. Y cuando el imperialismo buscó explotar diferencias nacionales entre Estados de la región promoviendo conflictos armados, como ocurrió en su tiempo entre Paraguay y Bolivia, El Amauta dijo: “El deber de la inteligencia, sobre todo, es en Latinoamérica más que en ningún otro sector del mundo,  el de mantenerse alerta contra toda aventura bélica. Una guerra entre dos países latinoamericanos seria una traición al destino y a la misión del continente. Sólo los intelectuales, que se entretienen en plagiar los nacionalismos europeos pueden mostrarse indiferentes a este deber. Y no por pacifismo sentimental, ni por abstracto humanitarismo que nos toca vigilar contra todo peligro bélico. Es por el interés elemental de vivir prevenidos contra la amenaza de balcanización de nuestra América en provecho de los imperialismo, que se disputan sordamente sus mercados y sus riquezas”. ¡Cuánta sencillez y cuánta precisión la de nuestro Amauta! ¡Cuánta actualidad tienen sus palabras en nuestro tiempo, cuando comienzan a sonar tambores de guerra en el continente azuzados por el Imperio! Estados Unidos, y más precisamente la Administración Bush, traen a nuestras orillas conflictos de orden bélico para alinearnos en “ejes” en función de los intereses del Gran Capital. Habla por eso ahora de conflictos con Ecuador, de adiestramiento militar agresivo contra el Perú en Bolivia, de la ingerencia venezolana en nuestra política, de las antiguas diferencias con Chile. Cambia el tono, según la ocasión, pero la afirmación del sentido nacionalista de carácter patriotero y chovinista muestra las orejas sin rubor.  Bajo el pretexto de la “bandera de la patria”, uno de los más caracterizados sicofantes de la burguesía, pidió recientemente que instaláramos bases militares norteamericanas en nuestro suelo; y el gobierno de los Estados Unidos nos envía tropa yanqui que está ya en el Perú y permanecerá en actividades de orden bélico hasta el próximo 30 de septiembre. ¿Para encubrir eso sirve la prédica chovinista? Para enfrentar esa política, debemos afirmar el internacionalismo de Mariátegui, que fue también el de Marx, y que es finalmente el internacionalismo revolucionario del proletariado que no tiene odios nacionales sino la voluntad suprema de hacer justicia en su propio país acabando con los privilegios de clase de los explotadores, al margen de cuál fuera su nacionalidad. Debemos decir sin ambages, que nuestros enemigos no son –ni serán nunca- los trabajadores de otros países, sino los explotadores del nuestro y de los demás. Porque la lucha no es entre Estados, sino entre clases. Una guerra justificable, entonces, no será nunca la que enfrente a países y pueblos hermanos, sino a clases opuestas. Esto debieran tenerlo muy en cuenta sobre todo quienes se sienten comunistas, dicen serlo, o aspiran a llegar a ese nivel de definición humana porque Marx diferenciaba a los comunistas del resto del proletarios en una sola cosa: “los comunistas –decía- no se distinguen  de los demás partidos proletarios más que en esto: en que destacan y reivindican siempre, en todas y cada una de las acciones nacionales proletarias, los intereses comunes y peculiares de todo el proletariado, independientemente de su nacionalidad, y en que, cualquiera que sea la etapa histórica en que se mueva la lucha entre el proletariado y la burguesía, mantienen siempre el interés del movimiento enfocado en su conjunto” 3) Marx y Mariátegui se definieron con meridiana claridad en torno al tema de la Revolución Social como un fenómeno orientado a cambiar de raíz la estructura de dominación de la sociedad. El tema de la Revolución como fenómeno político nos retrotrae a un antiguo debate: la contraposición -que puede ser verdadera o falsa- entre reforma y revolución. Desde los primeros socialistas hubo quienes desestimaron la idea de cambios radicales en la sociedad. Unos los consideraron inviables, utópicos, imposibles, inevitablemente destinados a la derrota. Otros, simplemente los juzgaron innecesarios. Para los primeros, tentar un cambio radical, lucía inútil. Era algo así como un reto imposible, que no podía emprenderse por estéril. Para los segundos, era mejor impulsar cambios breves, pequeños, destinados a mejorar gradualmente la condición de los trabajadores en el marco de la sociedad capitalista. En otras palabras, resultaba mejor promover “reformas” que pudieran perfeccionar –podríamos decir, embellecer- la sociedad capitalista, en lugar de demolerla.

Estos fueron los reformistas. Marx luchó firmemente contra quienes levantaron la bandera de las reformas juzgándolos inoperantes y utópicos. Llamó a tomar distancia de ellos de un modo definido y claro. Y por eso alentó y promovió la organización independiente de los comunistas, la lucha revolucionaria del proletariado y el asalto al Poder. Alentó entonces, la Revolución. “La Revolución no sólo es necesaria –dijo Marx en La Ideología Alemana- porque la clase dominante no puede ser derrocada de otro modo, sino también porque únicamente por medio de una revolución logrará la clase que derriba salir del cieno en que está hundida y volverse capaz de fundir la sociedad sobre nuevas bases” Y Mariátegui siguió escrupulosamente el mismo derrotero. No sólo polemizó abiertamente con Henri de Man, el más caracterizado exponente del socialismo reformista europeo de su tiempo, sino que se enfrentó a todas las variantes del reformismo incluso en su propio entorno. No hay que olvidar, en efecto, que tomó distancia del grupo de Luciano Castillo en el marco de los debates referidos al tema. Mariátegui fue partidario de la revolución social, y no afincó ilusión alguna en la posibilidad de  cambiar la sociedad a través de reformas. Pero tuvo una idea clara de lo que era una Revolución. Una Revolución -dijo- “no es un golpe de estado, no es una insurrección, no es una de aquellas cosas que aquí llamamos revolución. Una revolución no se cumple sino en muchos años. Y con frecuencia tiene periodos alternados de predominio de las fuerzas revolucionarias, y de predominio de las fuerzas contrarrevolucionarias”. “La idea de la Revolución –insistió Mariátegui- es lo que ha salvado al proletariado del rebajamiento”. Hay que advertir, sin embargo, el peligro de una deformación. No es malo per sé luchar en el marco de la sociedad capitalista por reformas o cambios que mejoren la vida o la situación de los explotados. Hay que defenderse más bien de la idea de que esa lucha es el camino y la solución a los problemas de los trabajadores; y que agota, por tanto, el programa estratégico del proletariado. En otras palabras, la lucha por las reformas no supone en ningún caso la renuncia al trabajo por la revolución, por el cambio radical y profundo de las relaciones de producción. Las reformas pueden acelerar la revolución, o retrasarla; pero en ningún caso, reemplazarla. El tema se vincula adicionalmente a otro debate: cuando hablamos de un cambio radical -y violento- de la sociedad ¿estamos hablando siempre y en todos los casos, de formas armadas de lucha, de enfrentamientos físicos y materiales entre personas y de derramamiento de sangre? Ciertamente que no. Un cambio radical implica un cambio desde la raíz, es decir, desde la base misma de la sociedad. Marx lo dijo en su tiempo: “Ser radical, es comprender la raíz de las cosas”. Pero la idea de un cambio violento no implica necesariamente que éste se haga con métodos violentos. Significa sí que se procese de un modo ágil y rápido. Pero, sobre todo, desde posiciones de fuerza. En el fondo, el tema tiene que ver con otra discusión de largo aliento: la existencia de las clases, la lucha entre ellas y la llamada dictadura del proletariado, que sonroja a ciertos reformistas y escarapela el cuerpo a los oportunistas de todo pelaje, no obstante ser simplemente la democracia popular más amplia. Hoy hay quienes afirman temerariamente que la globalización capitalista ha atenuado, cuando no desaparecido, la existencia de las clases y la lucha entre ellas Como una manera de fundamentar el concepto, se han valido de argumentos supuestamente “universales”. Han dicho, por ejemplo, que fenómenos como la contaminación ambiental, el recalentamiento planetario, las catástrofes naturales o la falta de agua, existen “al margen de las clases” y “afectan a todos” independientemente de la clase a la que pertenezcan. Son problemas, dicen, que trascienden la lucha de clases, y la superan. Y eso, es rigurosamente falso. La contaminación ambiental no la generan los pueblos ni los trabajadores, sino los grandes consorcios industriales y mineros empeñados en succionar la riqueza de la tierra sin escatimar medios para lograrlo. En nuestro país, por ejemplo, es un hecho conocido que el centro metalúrgico de La Oroya está contaminado en extremo debido a las operaciones de la minera Doe Run. Hoy, allí, el 96% de los niños menores de 11 años tienen los pulmones atravesados por plomo ¿Es esto responsabilidad de los trabajadores, o de la empresa imperialista, expoliadora en esencia a la que el estado capitalista, además, de manera cómplice la libera de compromisos de protección al medio ambiente? El recalentamiento global ¿no es acaso consecuencia directa de la ampliación del hueco de la atmósfera -hoy más grande que el territorio de Canadá- y del debilitamiento de la capa de ozono que se produce precisamente por la contaminación ambiental y el uso de productos que dañan la naturaleza y el eco sistema? ¿Acaso no es sabido que las catástrofes naturales como las ocurridas en los últimos años en Indonesia y en los Estados Unidos, son la consecuencia natural de las agresiones hechas a la ecología? Y la falta de agua –los deshielos del ártico y de las zonas nevadas- ¿no son acaso otra cosa sino una consecuencia del recalentamiento global? Las grandes empresas, el gran capital, los monopolios, desarrollan una política de expoliación y contaminación que afecta a toda la humanidad y llevan al globo terráqueo al borde de su destrucción. Luchar en defensa de la ecología y el medio ambiente, por la protección de los recursos naturales y de la bio diversidad no sólo es una exigencia legítima sino también una manera calificada de desarrollar la lucha de clases defendiendo los intereses de los pueblos y enfrentando la ofensiva del capital. La lucha de clases no fue por cierto una maquiavélica invención del socialismo. Y no es tampoco un fenómeno pasajero que puede evaporarse como el agua sometida al calor extremo. La lucha de clases es una realidad vigente en el plano interno de cada país y en el escenario de nuestro tiempo. Y se expresa de manera dramática en los índices de miseria, desnutrición, abandono, atraso social, analfabetismo y otras lacras. Pero también en la política esquilmadora y agresiva del imperialismo contra los pueblos, en la guerra de Irak, en el suelo Afgano, en el bloqueo a Cuba, en el exterminio del pueblo Palestino, en los ataques a Hugo Chávez, en la campaña contra Ecuador y Bolivia.  

4) El cuarto elemento común entre las personalidades que abordamos es su identificación plena y absoluta con la lucha social. Carlos Marx fue ciertamente un teórico notable, pero fue al mismo tiempo un activista revolucionario de extraordinaria calidad. Consciente de la certeza de sus ideas, no se limitó a formularlas sino que trabajó por ellas activamente en la lucha concreta de los trabajadores. Tenía 24 años cuando emprendió la tarea de divulgar sus concepciones fundamentales publicando la célebre “Gaceta del Rin, que tuvo corta duración, pero que desempeñó un rol de excepcional importancia en la tarea de afirmar ideas de clase en la cabeza de los trabajadores. Y 30 años cuando, cuando vinculado ya a Federico Engels, entregó “El Manifiesto del Partido Comunista”, publicado en febrero de 1848. Hay que subrayar, sin embargo, que en todo ese periodo, el vínculo de Marx con la lucha del proletariado estuvo signado por el proceso de la historia. Recordemos, en efecto, que la Revolución Francesa de 1789 tuvo un periodo histórico muy corto y acabó anegada en sangre, envuelta en las vicisitudes del gobierno del Terror de Robespierre, las intrigas de José Fouché, y los afanes conspirativos del Directorio y Bonaparte. La etapa más convulsa -post revolucionaria- se desarrolló en Francia entre 1796 y 1815. Los estertores de la etapa concluyeron ese año con el retorno de los Borbones al trono de París bajo la forma de una monarquía constitucional. La realeza fue repuesta en sus funciones luego del Congreso de Viena, y ello permitió comprobar que los desterrados de Coblenza, al decir de los críticos de la época, en sus años de destierro nada habían aprendido, y nada habían olvidado. La dulce Francia volvió a los años dorados de la corte, pero el proletariado persistió impetuoso en la lucha por una sociedad mejor. Una contradicción de esa magnitud entre los intereses de unos y de otros, no podía resolverse sino a través de la fuerza. Y ella se abrió paso a partir de la constante agitación social vivida sobre todo entre 1842 y 1848. Ella no ocurrió sólo en el antiguo territorio de los Galos, sino también en la Germania. De ese modo, Francia y Alemania vivieron una etapa convulsa que permitió cambios súbitos en la conducción del Estado. En el centro de ese proceso estuvo la Revolución de 1848 que, desde París, finalmente restauró La República y puso el Poder en manos de la burguesía. Fue esa una etapa de complejas luchas en las que el proletariado buscó afanosamente abrir paso a demandas legítimas en el marco de una crisis profunda que asoló el viejo continente. La hambruna extendida generó agudas tensiones internas, pero también conflictos de frontera entre diversos Estados. Revoluciones y guerras asomaron en el escenario dando la impresión de un inminente estallido de proporciones colosales. Las grandes capitales de los países capitalistas vieron muy de cerca distintas expresiones de la lucha de clases al extremo que Flaubert pronosticaba que, a la cabeza del Imperio Otomano, Constantinopla se convertiría en los próximos cien años en la capital del mundo. Marx y Engels, actores del proceso, se involucraron abiertamente en la acción de los pueblos insurgentes, pero sobre todo en las luchas de los campesinos y los obreros empeñados en forjar un nuevo orden social. En ese contexto, la represión desplegada por la Clase Dominante, no se hizo esperar.  Marx fue obligado a abandonar Francia en tanto que Engels tomó las armas para participar en las revueltas de la época. Entre 1848 y 1851, cuando resonaban en el viejo continentes las solemnes profecías del Manifiesto Comunista las masas combatían en las condiciones más adversas  haciendo frente a una brutal represión. Expresión nítida de ella fue sin duda el Proceso a los Comunistas de Colonia, de 1852, incoado originalmente contra Marx y sus colaboradores más inmediatos. Fue esa la primera experiencia en el mundo de un supuesto “complot comunista”. 75 años más tarde, en junio de 1927, la teoría del “complot comunista” fue usada por primera vez en el Perú contra José Carlos Mariátegui y sus compañeros. La actitud de Marx ante el Proceso a los 11 comunistas de Colonia y la de posición de Mariátegui ante el presunto complot comunista del 27, fue muy parecida. Marx puso en evidencia el carácter deleznable de las acusaciones contra sus compañeros. Y Mariátegui hizo exactamente lo mismo en una recordada carta redactada desde el Hospital Militar de San Bartolomé, donde fuera transitoriamente confinado. Allí, como se recuerda, aprovechó para desmentir el infundido del Ministerio de Gobierno de entonces subrayando si distancia de “todo género de complots criollos de los que aquí puede producir todavía la vieja tradición de las conspiraciones. La palabra revolución tiene otra acepción y otro sentido” Marx y Mariátegui tuvieron en muy alta estima, sin duda, el papel de la Clase Obrera como la fuerza revolucionaria como excelencia y constructora de la nueva sociedad. Ella, decía el autor de “El Manifiesto” “no puede emanciparse ya de la clase que la explota y oprime, de la burguesía, sin al mismo tiempo emancipar para siempre y por entero a la sociedad de la explotación y la opresión”. El Proletariado era, en esa concepción, la garantía de la victoria, y del futuro. El papel del proletariado fue subrayado con meridiana claridad por Mariátegui en su “Defensa del Marxismo. “No creemos –dijo- que la empresa de crear un nuevo orden social incumba a una amorfa masa de parias y de oprimidos guiada por evangélicos predicadores del bien. La energía revolucionaria del socialismo no se alimenta de compasión ni de envidia. En la lucha de clases, donde residen todos los elementos de lo sublime y lo heroico de su ascensión, el proletariado debe elevarse a una moral de productores”. “El proletariado -añadió- no ingresa en la historia política sino como clase social; en el instante en que descubre su misión de edificar, con los elementos allegados por el esfuerzo humano, moral o amoral, justo o injusto, un orden social superior” Fueron similares, entonces las opiniones de Marx y de Mariátegui en torno a la Clase Obrera, a su papel en el proceso social, a su organización política y a sus luchas, a sus tareas esenciales y a sus formas de acción. También, ciertamente en el análisis de la perspectiva del movimiento, cuando, finalmente, sea destruida la sociedad de la opresión y emerja sobre bases firmes un orden social nuevo y más justo. COINCIDENCIAS PUNTUALES. Los otros elementos, fluyen del estudio de ambas vidas. Curiosamente, Marx y Mariátegui fueron periodistas desde una muy temprana edad. Mientras el primero publicó muy joven la Gaceta del Rin y después los Anales Franco Prusianos; el segundo edito en nuestro país primero Nuestra Epoca y luego La Razón -que hoy usurpa el diario de La Mafia-. Y después Amauta y Labor.  

Ambos  escribieron numerosas obras, no todas las cuales fueron publicadas en el transcurso de sus vidas. Estudios sociales, políticos y económicos, análisis de la realidad nacional y mundial. Fueron escritores brillantes en su tiempo. Y aportaron ideas  acordes a los intereses de los pueblos. Por eso la mayoría de sus obras fueron entregadas al conocimiento del mundo por sus seguidores –que suman millones- en diversas latitudes del planeta.

 Los dos buscaron trabajar por la organización del proletariado creando estructuras representativas de movimiento obrero en todos sus niveles. Pero al mismo tiempo, se solidarizaron con sus luchas y participaron en ellas porque fueron combatientes de clase y no apoltronados dirigentes.  También buscaron. Por eso, dar luz política al proletariado alumbrando estructuras partidarias que cumplieron una función vital en su momento. No capturaron puestos dirigentes para quedarse en ellos, sino que se valieron de su lugar en la batalla de clase para servir la causa de los pueblos. Sufrieron, en ese esfuerzo, el rigor de la lucha de clases, y fueron víctimas no sólo de la agresión económica del capital, sino además, de la represalia brutal de los regímenes a los que debieron enfrentar en condiciones adversas. Marx legó una hermosa herencia al proletariado mundial. Y Mariátegui hizo lo propio con relación al movimiento obrero y revolucionario peruano y latinoamericano. Los dos, en suma, fueron soñadores, y nos permiten recordar ahora en su memoria la hermosa frase de Anatole France: “sin los soñadores, la humanidad viviría aún en las cavernas”  Marx murió en 1883, cuando en el mundo el capitalismo salía de una de sus crisis periódicas y alcanzaba una relativa estabilización que se quebraría después, en el nuevo siglo. Mariátegui nació en 1894 y adquirió plena conciencia política con la Revolución Rusa, fenómeno histórico de incalculable valor y cuyos 90 años celebraremos también  en nuestro país dignamente. Mariátegui siempre se sintió profundamente influido por el pensamiento Marxista. Por eso, en su polémica con Henri de Man no trepidó en subrayar: “Marx está vivo en la lucha que por la realización del socialismo, libran en el mundo innumerables muchedumbres, animadas por su doctrina”. Muchas gracias  Lima, 23 de mayo del 2007 

(*) Secretario General de la Asociación Amigos de Mariátegui (Casa Mariátegui) y miembro del Colectivo de Dirección de Nuestra Bandera. (www.nuestra-bandera.com)  

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Marxista desde España -

Interesante bitácora, la he añadido al listado de enlaces de la mia, la bitácora "Marxista desde España".

Saludos.