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Los primeros comunistas cubanos

Los primeros comunistas cubanos

El Partido de los nuevos tiempos
A 80 años de la fundación del primer Partido Comunista de Cuba

Dra. Angelina Rojas Blaquier. Investigadora del Instituto de Historia de Cuba.
 

Durante los primeros 25 años del siglo XX se consolidó la dominación neocolonial de Estados Unidos en Cuba, y aparecieron los rasgos de la crisis estructural del sistema, ámbito propicio para el nacimiento del primer Partido Comunista de Cuba.

Respuesta consecuente de un pueblo que desde el siglo anterior había mostrado su vocación independentista; y de una clase obrera que en 1890 conmemoró el primer 1º de Mayo; y que participó, con José Martí, en la preparación y desarrollo de la Guerra de Independencia, y en la fundación, para ella, del Partido Revolucionario Cubano.

El acontecer en otros países latinoamericanos, la evolución del movimiento revolucionario internacional, y particularmente la Revolución de Octubre, en tanto demostración de que los trabajadores podían alcanzar el poder, actuaron, simultáneamente, en favor del rápido avance organizativo y político de las masas trabajadoras, de una parte de los  intelectuales y también entre los estudiantes.

Como parte de la sumamente rápida evolución ideopolítica de los sectores populares cubanos, el 18 de marzo de 1923 se fundó la Agrupación Comunista de La Habana, y sucesivamente las de Guanabacoa, Manzanillo y San Antonio de los Baños.

Las mismas prepararon las condiciones organizativas para la realización del congreso que dejó constituido el primer Partido Comunista de Cuba (PCC), el 16 de agosto de 1925, con la participación de 18 asistentes, entre delegados e invitados, y la colaboración directa del comunista mexicano Enrique Flores Magón, en representación de la Internacional Comunista (IC).

Mientras Carlos Baliño había estado con José Martí, Julio Antonio Mella y otros forjadores del partido proletario estudiaron y comprendieron lo suficiente al Héroe Nacional para entregarse a la tarea de crear el partido de los nuevos tiempos. Junto a ellos, el pequeño grupo de dirigentes obreros que reconocía la importancia de la organización del proletariado con sentido clasista, y el apoyo que significó la llegada a Cuba de comunistas europeos como el joven Fabio Grobart,[1] también entre los fundadores.

Aquellos primeros comunistas, guiados más por su sensibilidad clasista y la interiorización del mundo en que vivían, que por su preparación teórica, sintetizaron la tradición organizativa y política de los revolucionarios cubanos para la representación y defensa activa de los intereses de los sectores populares, y especialmente del proletariado.

El nacimiento del PCC, a pesar de su exigua membresía, fue recibido con inquietud por la administración estadounidense y el gobierno de Gerardo Machado.[2] De inmediato los comunistas fueron perseguidos, detenidos, impedidos de actuar por cualquier medio, incluyendo los asesinatos. Tanto fue así, que el 31 del propio mes, fue detenido y expulsado del país el comunista canario José Miguel Pérez, elegido Secretario General del Partido. El resto de los miembros del Comité Central, y hasta el mexicano Flores Magón, fueron encarcelados el 2 de septiembre.

El partido de los comunistas cubanos, nacido en una etapa muy convulsa, se vio obligado a constantes adecuaciones tácticas. Como la propia Internacional Comunista, de la que era filial, en su primer decenio pasó de las formas iniciales de lucha, al enfrentamiento ideológico mediante la táctica de clase contra clase; y a la posterior superación del izquierdismo, hasta llegar a la orientación y conformación del frente único del proletariado, del frente popular antimperialista, y adentrarse en la lucha contra el fascismo hasta el fin de la Segunda Guerra Mundial.

Hasta 1929,  la dirección partidista transitó con escasa y muchas veces ninguna orientación de la Comintern, organización que entonces desconocía bastante las características de la dependencia, especialmente en el Caribe, razón por la cual algunas de sus orientaciones, válidas para el movimiento comunista europeo o de otros continentes, no lo fueran para la neocolonia cubana.

Esa realidad provocó que, en determinadas coyunturas, la dirección partidista asumiera posiciones que se distanciaban de la línea trazada por la  IC, creándole dificultades con dicho organismo, aunque también trató de cumplir orientaciones de dudosa realización en el país. Ello se reflejó, particularmente, a partir de 1927, cuando la dirección partidista precisó que la revolución en Cuba debía pasar por una etapa democrático burguesa, y que el Partido, con su escaso número y desde la más absoluta clandestinidad; con la Confederación Nacional Obrera de Cuba (CNOC) y el resto de las organizaciones populares descabezadas e impedidas de actuar, necesitaba aliarse a otras fuerzas de oposición, pues no estaba en condiciones de desplegar una campaña política propia.

Así, los conceptos unitarios de Mella y de Rubén Martínez Villena matizaban el enrolamiento de los comunistas en la lucha política antimachadista. Con ello también procuraban hacer avanzar el proceso de crecimiento y reorganización de sus filas, y lograr fórmulas para revitalizar al resto de las maltrechas organizaciones revolucionarias, todas privadas de sus principales líderes.

 Desde 1929 se ampliaron las relaciones con la IC, organismo que, bajo la táctica de clase contra clase, no aprobó el procedimiento unitario del PCC. Ello coincidió con la agudización de la crisis económica y política de Cuba, expresada en el auge del movimiento huelguístico, cuya máxima expresión fue la huelga general de marzo de 1930, organizada y dirigida por Villena, considerada justamente por Fabio Grobart como el inicio del gran movimiento popular que derrotaría a Machado y profundizaría la lucha contra el imperialismo.

Por exigencias de la Internacional, poco después fue elegida una nueva dirección partidista. La misma, a partir del crecimiento de las luchas antimachadistas y de la nueva orientación de la IC, aseguró que Cuba había entrado en un período francamente revolucionario y que la clase obrera, bajo su dirección, se preparaba para la derrota de Machado y la conquista de sus demandas inmediatas y finales; que la revolución democrática burguesa estaba próxima a estallar, y que la misma sería transformada por los obreros y campesinos en revolución proletaria, a la cual seguiría la implantación de los soviets.

Esa orientación, que implicaba un rápido viraje táctico, afectó momentáneamente sus vínculos con otras fuerzas oposicionistas y la masa que las seguía, sin embargo, favoreció la lucha por la expansión del Partido hacia el interior del país para que la revolución pudiera triunfar, mediante la conquista de las masas obreras de las principales industrias, especialmente la azucarera. Momento significativo de ese proceso fue la creación, en diciembre de 1932, del Sindicato Nacional de Obreros de la Industria Azucarera, en tanto sector que agrupaba a la mayoría de los trabajadores del país.

A ese ingente esfuerzo se unió el desarrollo y fortalecimiento de la Liga Juvenil Comunista y de la sección cubana de Defensa Obrera Internacional; la fundación, en febrero de 1931, del Ala Izquierda Estudiantil, y en el mes de diciembre, la reorganización de la Liga Antimperialista.

También propició la realización de un esforzado y riesgoso trabajo para atraer a los colonos pobres y medios, a la pequeña burguesía urbana, a los desempleados, los negros, y a los soldados, marinos y policías, no solo para la derrota de Machado, sino para respaldar la lucha contra el avance del fascismo, la guerra imperialista, y en defensa de la URSS y el pueblo chino entre otros. Desde el 24 de diciembre de 1932, con las marchas de hambre de los trabajadores azucareros, se recrudecieron las luchas contra el régimen machadista, en un proceso que no dejó de crecer hasta su derrota el 12 de agosto de 1933. Al respecto, en marzo de 1933 Villena reconoció el carácter nacional del movimiento huelguístico, precisando que acaso era posible hablar de una nueva etapa en el ascenso del movimiento revolucionario.

Pero el derrocamiento de la dictadura machadista no propició el triunfo de la revolución. Contribuyeron a ese desenlace: la aplicación mecánica de conceptos de la IC con respecto al limitado papel de las huelgas y a la necesidad de la lucha armada para su consecución, entre otras orientaciones; la insuficiente función dirigente del Partido; la falta de unidad entre los distintos grupos en lucha; la acción de las fuerzas oposicionistas burguesas; y la armada norteamericana rodeando las costas de Cuba.

El Partido analizó ese resultado en noviembre de 1933, con la presencia de representantes de la Comintern. Villena, en estado crítico de salud, argumentó que en Cuba aún no existían las condiciones subjetivas ni la suficiente organización y madurez partidista para la instauración de los soviets, que esa táctica aislaba al Partido, y que éste necesitaba avanzar más con procedimientos y formas organizativas propias para garantizar el triunfo de la revolución. En dicha reunión, entre otros importantes acuerdos, se decidió la elección de Blas Roca como Secretario General interino hasta la celebración del II Congreso partidista, donde fue elegido oficialmente para el cargo.

El cónclave reconoció la necesidad y oportunidad de la lucha por la unidad entre los trabajadores, y la necesidad de preparar a las masas para la realización de la revolución agraria antimperialista. Sin embargo, conceptos izquierdistas orientados de la IC, afectaron el proceso unitario, entre ellos, considerar que el Partido Revolucionario Cubano (Auténtico) (PRC [A]) y la Joven Cuba eran, en aquellas condiciones, el peligro principal para el movimiento revolucionario. Ello obstaculizó temporalmente una posible alianza táctica con Guiteras, quien también en ese momento difería de la seguida por el PCC, y no pensaba en una unión con dicha fuerza. Esa posición comenzó a modificarse desde finales de 1934 hasta que, en el IV Pleno del Partido, en febrero de 1935, se adoptó un plan para la concertación del frente único con dicha figura. También inició gestiones unitarias con la dirección del PRC (A), presidido por Ramón Grau San Martín.

En ese enfoque influyó decisivamente el hecho de que los gobiernos que sucedieron al de Machado, incluido el llamado Gobierno de los 100 días, al no poder resolver los problemas generados por la crisis económica y política, tampoco pudieron contener la lucha de las masas, y el movimiento huelguístico se mantuvo con fuerza e ininterrumpidamente.

A la luz de esa realidad, la dirección del Partido, sin renunciar a la conquista del poder, se adentró en la concertación del frente único entre los trabajadores de todas las  tendencias, mediante la creación de los Comités Conjuntos de Acción que había propuesto Villena en 1933; y en organizar a los campesinos y garantizar su participación en las crecientes luchas, a tiempo que pugnaba por asegurar la participación del Partido en las principales batallas políticas de la nación.

Se encontraban en ese empeño cuando, en marzo de 1935, la potente huelga general que cubrió al país fue brutalmente aplastada por la dictadura de Mendieta – Caffery –Batista.[3]

Esa acción provocó el encarcelamiento y la cesantía de miles de trabajadores, la virtual desaparición de las organizaciones obreras, la liquidación de la CNOC; el sometimiento del Partido a la lucha desde la más profunda ilegalidad; y el asesinato, unos días después, de Antonio Guiteras y Carlos Aponte. Tan duro revés impuso a los comunistas la búsqueda de nuevos derroteros para continuar el enfrentamiento en las nuevas condiciones.

El análisis de los resultados de la huelga fue esencial para el cambio de la táctica partidista. A finales del propio mes de marzo, en reunión del Buró Político, Blas Roca afirmaba que el aplastamiento de la huelga había sido una pérdida muy seria para el Partido, pero que los obreros comenzaban a reagruparse para continuar las luchas, y los estudiantes mantenían sus protestas, concepto que fundamentaba a su vez Lázaro Peña cuando afirmaba: La revolución no ha sido derrotada, las luchas decisivas no se han emprendido todavía. El triunfo puede debilitar momentáneamente la resistencia, pero no puede acallar la indignación y odio contra la dictadura, ni suprimir el hambre y la esclavitud que las alimenta. [4]

La táctica de frente único fue asumida como la fórmula para combatir al imperialismo y sus parciales nacionales y continuar la lucha revolucionaria en las nuevas condiciones. La misma se fue perfilando hasta su consolidación en el VI Pleno, realizado en octubre, luego de los debates y acuerdos del VII Congreso de la Internacional Comunista. En este último, Jorge Dimitrov[5] había precisado que ante la coyuntura internacional, los trabajadores estaban obligados a escoger, no entre la dictadura del proletariado y la democracia, sino entre la democracia burguesa y el fascismo.

Con ese enfoque el Partido se entregó, en condiciones muy difíciles,  a reconstruir la organización del proletariado, instruir ideológica y políticamente a las masas, y alcanzar la unidad necesaria para enfrentar al peligro fascista y transformar la realidad política cubana, ante todo, mediante la conquista de la democracia, entendida como una etapa imprescindible en la lucha por la derrota del imperialismo en Cuba, el logro de la independencia nacional y el establecimiento del socialismo.

Ello fue facilitado por los cambios que se estaban sucediendo en la arena internacional como resultado de la incontenible presión popular y la inminencia del inicio de una nueva guerra, reflejados en la política adoptada por el presidente norteamericano Franklin D. Roosevelt y las adecuaciones adoptadas por los gobernantes del área, entre ellos el propio Batista, que condujeron al Partido a asegurar que éste había dejado de ser el centro de la reacción.[6]

 Dicho colosal esfuerzo tuvo rápidos resultados en las distintas prioridades del trabajo partidista, constatables, por mencionar las más trascendentes, en las heroicas páginas escritas por los internacionalistas cubanos en la defensa de la República Española; en el respaldo al pueblo mexicano y al gobierno de Lázaro Cárdenas; en la fundación de la Confederación de Trabajadores de Cuba en 1939; en la participación de los comunistas en la Constituyente de 1940 y la calidad que imprimieron al texto constitucional; y en su incorporación a la lucha política nacional, a fin de defender los intereses de los trabajadores y del resto de los sectores populares desde los órganos de gobierno, la única manera posible en las condiciones de la Segunda Guerra Mundial.

La nueva táctica estaba orientada a respaldar y exigir el cumplimiento de todas las medidas que, salidas de cualquier fracción o figura política, significaran el mejoramiento de las masas y el avance de la democracia; a concertar alianzas con aquellas fuerzas cuyos programas reflejaran tener en cuenta los intereses populares, aún cuando se tratara del propio Fulgencio Batista, sin que esa unión comprometiera su condición de partido de la clase obrera.

Dicha táctica los llevó a integrar la Coalición Socialista Democrática, logrando incluir en su plataforma  un conjunto de demandas de beneficio social, muchas de las cuales conquistaron, tanto durante el gobierno de Batista, (1940 – 1944) como durante los primeros años del gobierno de Grau (1944 – 1946). Simultáneamente les permitió fortalecer el papel de los trabajadores, desarrollar una amplia preparación ideopolítica de las masas y dar una eficaz contribución a la derrota del fascismo.

Entre los elementos que contribuyeron al afianzamiento del empleo de la vía legal y pacífica para avanzar hacia la etapa democrático burguesa de la revolución vale destacar: las conquistas que alcanzaban en materia social; el desarrollo de la II Guerra Mundial; la transitoria influencia de la teoría oportunista de Earl Browder al augurar la posibilidad de cambios de beneficio social por el empuje de las fuerzas progresistas en el aparato estatal y, sobre todo, el sostenido crecimiento del respaldo al Partido, que tuvo su momento más elevado en 1946, cuando para las elecciones parciales de ese año, obtuvo 196 081 sufragios, 44 158 por encima de sus afiliaciones (151 923) lo que daba criterio de certeza sobre la táctica adoptada.

Si bien en lo inmediato dicha táctica facilitó el logro de importantes conquistas, y contribuyó a que las distintas fuerzas políticas y sociales participaran en el proceso de modernización estatal, la idea de avanzar hacia el socialismo mediante su participación en los gobiernos, para desde ellos modificarlos mediante el respaldo de las masas, fue una apreciación falsa y coyuntural que la dirección partidista no tardó en rectificar.

Convencidos simultáneamente de que el triunfo de la democracia que presuponía la victoria aliada no impediría el reagrupamiento de las corrientes dirigidas a someter a  los pueblos, mantuvo la validez de la existencia del Partido, distanciándose con ello de la teoría de Browder.

Con esa orientación, cuando Grau asumió la presidencia de la República, el Partido precisó su posición, declarando que respaldaría todo aquello que contribuyera a la unidad nacional y al progreso del país, pero que su táctica estaría determinada por la actitud del presidente con respecto a la Central de Trabajadores de Cuba (CTC) y al movimiento sindical.

En 1947, al amparo de la política de guerra fría, se produjo la ilegalización por la fuerza de la CTC y la división del movimiento sindical, que impuso el control de Eusebio Mujal[7] sobre la organización de los trabajadores. En respuesta a dicho acto, el Partido Socialista Popular (PSP) abandonó el Bloque Parlamentario gubernamental de la Cámara y el Senado, retiró su apoyo al gobierno y se declaró independiente, precisando que mantendría la lucha por la unidad, pero, a partir de ese momento, mediante la formación de un bloque de fuerzas cívicas y electorales por encima de las denominaciones de oposición y gobierno, con una plataforma de solución a los problemas nacionales, frente a la incapacidad o la imposibilidad de aquellas para concretar un programa que satisficiera las necesidades urgentes del país.

Como expresión del cambio de táctica asumido,  se insertó en la campaña electoral de 1948 con candidaturas independientes a escala nacional y provincial, llevando para la presidencia y vicepresidencia de la república, al binomio Juan Marinello – Lázaro Peña.

Las elecciones llevaron a Prío a la presidencia. Tras ese resultado, la táctica electoral del Partido, adoptada en su V Asamblea —noviembre de 1948—, se centró en la reconstrucción de la unidad de los trabajadores y de todas las fuerzas progresistas, en torno al Plan Cubano Contra la Crisis.

Dicho plan, concebido con sentido económico y político, se basaba en el desarrollo de la producción nacional para el mercado interno, frente a la reducción del mercado exterior y su secuela de desocupación, rebajas salariales, miseria y estancamiento económico.

El Plan Cubano contra la Crisis fue un programa para la adopción de una política cubana independiente de los imperialistas, que serviría para enfrentar la crisis económica en proceso y para dar respuesta a las demandas inmediatas y urgentes de las masas.

También favoreció el desarrollo de una fuerte actividad dirigida a la preparación ideológica y política de los trabajadores al retomar la movilización popular como arma de lucha frente a la ofensiva imperialista, y desarraigar los métodos legalistas de los últimos años.

Su efecto se apreció, fundamentalmente, en el crecimiento de la movilización de las masas, el desarrollo de huelgas y la sustitución de direcciones sindicales mujalistas, pero no produjo el mismo efecto en la lucha  electoral.

Para las elecciones generales de 1952 el PSP se esforzó infructuosamente por formar un frente único oposicionista. El resto de las fuerzas, incluido el Partido del Pueblo Cubano (Ortodoxo),[8] no aceptó la alianza con el PSP ni el programa elaborado por éste para lograr un gobierno de Frente Democrático Nacional. No obstante, el PSP, aún sin pactos,  llamó a votar por el candidato del Partido Ortodoxo, en tanto figura capaz de aunar a las fuerzas oposicionistas y derrotar al gobierno.

Pero esta solución tampoco pudo alcanzarse. Sobrevino el golpe del 10 de marzo de 1952. La dictadura de Fulgencio Batista, expresión de la quiebra de las posibilidades reformistas del capitalismo en Cuba, daba paso, simultáneamente, a la última etapa del proceso nacional liberador cubano.

Como es conocido, al iniciarse el movimiento revolucionario encabezado por Fidel Castro, el PSP no veía posibilidades de triunfo a una insurrección armada independiente de la lucha de masas, y que no estuviera dirigida por la clase obrera; no obstante, los comunistas supieron distinguir las posiciones revolucionarias de los moncadistas, lucharon por su amnistía, y trabajaron desde muy temprano por la unidad con esa fuerza emergente. A ello contribuyó decisivamente la difusión de La Historia me Absolverá. Ello se evidencia desde los primeros tiempos de la organización del movimiento tras la amnistía de los moncadistas, en el inicio de los contactos con dirigentes del Partido y la Juventud Socialista en busca de la unidad estratégica, el primero de los cuales fue la entrevista sostenida en La Habana entre Fidel y Raúl Valdés Vivó,[9] a la que siguieron las sostenidas en México por otros enviados del Partido, primero, con Osvaldo Sánchez y Flavio Bravo, y después con Antonio Ñico López, principio del proceso unitario en relación a cuanto Fidel representaba. Impuestos los comunistas por el propio Fidel del plan que se proponía, la dirección del Partido instruyó a sus dirigentes de la entonces provincia de Oriente para que organizaran huelgas y otras formas de lucha cuando se produjera el desembarco de las tropas de Fidel y empezara el levantamiento urbano.

Así, en contacto con Frank País y otros compañeros, se coordinaron las acciones del Partido y de los Comités de Defensa de las Demandas Obreras (CDDO) con las del Movimiento 26 de julio. Se acordó que el PSP, mediante dichos comités, llamaría a la huelga el día 30 de noviembre, en tanto el Movimiento 26 de julio convocaría al alzamiento para la misma fecha. El llamamiento a la huelga apareció en el periódico Oriente del día 29.[10]

En relación con el desembarco del Granma, el Comité Provincial del PSP dio también instrucciones al Comité Municipal de Manzanillo para que ofreciera a los expedicionarios toda la ayuda política y organizativa que fuera posible.

La entrevista sostenida en la Sierra Maestra entre Fidel y Ursinio Rojas, dirigente del PSP y de los trabajadores azucareros, en octubre de 1957, y otros contactos, propiciaron el estrechamiento de la colaboración entre la organización comunista y el 26 de Julio.[11] Ya por entonces, la dirección del Partido había  autorizado el ingreso de los militantes comunistas en la guerrilla, aunque no como representantes oficiales del Partido.

La comprensión del PSP acerca de  la oportunidad y validez del movimiento guerrillero, tuvo importantes expresiones concretas a partir de marzo de 1958. Ese mes se creó el frente guerrillero del PSP en Yaguajay, al mando de Félix Torres, aunque todos los militantes integrados a las  guerrillas, incluidos los de dicho destacamento, recibieron la orientación partidista de ponerse a las órdenes del Estado Mayor del Ejército Rebelde en el aspecto militar.[12]

 También se integraron, desde su apertura, al Segundo Frente Oriental Frank País, ampliando su incorporación general a la guerrilla tras el revés del 9 de abril. La creación del FONU fue otra importante expresión unitaria y de identidad con la guerra revolucionaria.

Para Blas Roca, secretario general del partido de los comunistas cubanos desde noviembre de 1933, no había dudas de que el jefe de la revolución debía ser el jefe del partido, por ello, al producirse la victoria del 1º de Enero de 1959, Blas reconoció en Fidel al líder revolucionario, capaz de aglutinar a todas las fuerzas interesadas en la lucha por la liberación nacional, y de conducir victoriosamente la Revolución hasta la etapa socialista. Esa sagaz visión política y su condición de comunista, hicieron que le entregara a Fidel, incondicionalmente, las banderas del Partido. Para él, afirmó el propio Blas, lo importante fue comprender en el momento preciso que Fidel encarnaba la unidad y que por ello desde los primeros encuentros, él fue el dirigente para nosotros por eso pusimos nuestro partido a la dirección de Fidel.[13]

Como precisara el investigador Lucilo Batlle con respecto a Blas: Su actitud ante la vanguardia encabezada por Fidel no fue solo un acto de profunda raigambre moral, sino, ante todo, un hecho de profundo carácter cosmovisivo, teórico-práctico; un trascendental acto político, patriótico y revolucionario inédito en la estrategia del movimiento comunista internacional, sustentado en una sólida formación teórica y un profundo conocimiento de las tradiciones nacionales, que coadyuvó, de manera decisiva y personal, a la conformación de una nueva vanguardia histórica revolucionaria de la clase obrera y las masas populares


[1] Fabio Grobart (1905-1993), polaco de nacimiento, llegó a Cuba en 1924 y rápidamente se vinculó al movimiento comunista cubano, estuvo entre los fundadores del PCC en 1925 y desde entonces hasta el momento de su muerte fue un fiel militante y dirigente, respetado y querido por muchas generaciones de revolucionarios, y odiado y calumniado por reaccionarios de todo el mundo. Al morir era el comunista de más antigua militancia en Cuba.


[2] Gerardo Machado Morales (1871-1939) General de la Guerra de Independencia, devenido político y empresario a partir de 1900, ocupó la presidencia de la república entre 1925 y 1933. Su sometimiento a los intereses norteamericanos y la brutal represión a que fueron sometidos los sectores populares convirtió su gestión en una verdadera dictadura que tuvo a su haber, entre muchos actos ignominiosos, el asesinato de Julio Antonio Mella. Fue derrotado por una generalizada revolución popular el 12 de agosto de 1933.

 


[3] Trilogía que encabezó la administración del país tras el golpe militar que derrocó al gobierno provisional de Ramón Grau San Martín el 15 de enero de 1934. El coronel Carlos Mendieta como presidente provisional; el devenido coronel Fulgencio Batista, jefe del Ejército y poder real de la nación, y el embajador norteamericano Jefferson Caffery, coauspiciador de la maniobra reaccionaria que devolvería el poder a la oligarquía cubana dependiente de Estados Unidos.


[4] BP PCC: Acta de reunión, marzo 29 de 1935, Archivo Instituto de Historia de Cuba, Fondo IC, Caja 4, Doc. 43.

 


[5] Dirigente comunista búlgaro, en 1935 fue elegido Secretario General de la Internacional Comunista, responsabilidad que ocupó hasta la disolución de ésta en 1943. Fue el primer presidente de la República Popular de Bulgaria.


[6] Entre esos cambios se destacan la legalización del PCC, la libre circulación del periódico HOY, y la decisión de convocar a la celebración de una asamblea constituyente previa a las elecciones generales con garantía de participación para todos los partidos.


[7] Uno de los personajes más nefastos del movimiento sindical y la política cubana, después de ser expulsado del PCC en 1933, estuvo entre los fundadores y principales dirigentes del efímero Partido Bolchevique Leninista (Trotskista), después de la muerte de Guiteras se apropió de la dirección de Joven Cuba para  posteriormente presidir la Comisión Obrera Nacional del PRC (A), al frente de la cual fue el principal artífice de la ilegalización por la fuerza de la CTC, la división del movimiento sindical y la creación de una CTC oficial, orquestada por el gobierno de Grau en cumplimiento de las exigencias de la política norteamericana de guerra fría. Después del golpe de estado del 10 de marzo de 1952 abandonó al autenticismo para continuar, en alianza con Fulgencio Batista, su obra de división y neutralización del movimiento sindical, en tanto representante del reformismo proimperialista. Abandonó el país en 1959 radicándose en Miami, donde, enriquecido, fundó y dirigió hasta su muerte una de las organizaciones obreras creadas por los cubanos en el exilio.


[8] Partido político fundado por Eduardo Chibás en 1947 como un desprendimiento del autenticismo, cuya labor de denuncia y condena a la corrupción política y administrativa de los gobiernos auténticos y sus promesas de un gobierno basado en la honestidad administrativa y en la solución de los principales problemas de la nación les ganó el apoyo mayoritario de la nación.  El suicidio de Chibás en 1951 fue un duro golpe para dicho Partido, y aunque el anticomunismo y las diferencias estratégicas de su dirección les impidieron aceptar cualquier tipo de alianza con el partido de los comunistas cubanos, la masa que lo seguía, y particularmente su sector juvenil, desarrollaron la alianza tácita que determinaba la comunidad de sus objetivos de lucha.


[9] Valdés Vivó era en ese momento el Secretario General de la Juventud Socialista en la Universidad de La Habana. Véase: Lionel Martín, El joven Fidel, Editorial Grijalbo,  pp. 185 – 186. Valdés Vivó participó junto a Fidel, en 1946, en una difícil asamblea estudiantil, en la cual una valiente intervención del último impidió la expulsión simbólica de los estudiantes comunistas de la Universidad, propugnada por agentes de la Embajada norteamericana. 


[10] La huelga convocada por el CDDO no se planteaba que fuera para facilitar el desembarco del Granma, pues ello alertaría a las fuerzas del gobierno, sino que se planteó como parte de la lucha de los trabajadores contra el push que preparaban grupos politiqueros en contubernio con Trujillo. Tanto Fidel como el PSP se habían pronunciado contra esos intentos que solo buscaban sustituir a Batista por otro no menos reaccionario. 


[11] Véase: Lionel Martin, El joven... Ob. Cit., p. 223.


[12] Blas Roca, Entrevista, Revista Bohemia, La Habana, 28 de julio de 1978.


[13] Blas Roca: Entrevista, Revista Verde Olivo, La Habana, 23 de julio de 1978.

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